martes, 4 de noviembre de 2014

Roberto Raschella



Nació en Buenos Aires, 1930. Es maestro, escritor, poeta, ensayista y crítico de cine. A partir de 1959, y durante más de treinta años, fue maestro de educación elemental, tarea que compartió con la escritura de poesía, novelas, guiones y crítica de cine. Ha traducido, entre muchas otras, obras de Dante Alighieri, Nicolás Maquiavelo, Luigi Pirandello, Pier Paolo Passolini, Italo Svevo y Gabriele D’Annunzio. Ha colaborado en diversas revistas de cine, como Cinema NuovoCinecríticaTiempo de cine y Lyra, y en revistas culturales y literarias, como InnombrableLa ballena blanca y El jabalí. En 1999, recibió el premio Boris Vian y, en 2004, el segundo Premio Nacional de Novela, otorgado por la Secretaría de Cultura de la Nación, ambos por la novela Si hubiéramos vivido aquí. En 2005 obtuvo la beca Guggenheim. Es autor de las novelas Diálogos en los patios rojos (1994), Si hubiéramos vivido aquí (1997) y La historia que nunca les conté (junto a Mariano Fiszman, 2005), y de los libros de poesía Malditos los gallos (1979), Poemas del exterminio(1988) y Tímida hierba de agosto (2001), reunidos en el volumen que FCE ha editado junto al libro. Fondo de Cultura Económica ha editado La casa encontrada. Poesía reunida, 1979-2010 (2011).



XXV

Son los hermanos. Ellos nos llaman
desde el fundamento mismo de las familias:
es el misterio de los destinos diversos
del hombre y la mujer semejantes,
el juego de la razón y sentimiento,
de violencia y bondad, de azar y
voluntad. Hermanos, separados
por el espacio que deviene siempre tiempo, 
después de dolorosa infancia. Hacia ellos
partimos tú y yo, una y otra vez, hacia ellos,
hacia el origen -me contabas,
me contabas de la abuela silenciosa
enloquecida del frío que llevaba
en las vísceras como la oscura revelación del crimen
contra un pueblo-. Partías, partías,
y yo te acompañaba en el alma,
rosa de los vientos reencontrada.


XXVI

Puede ser, puede ser: por un tiempo
trabajaré con un solo ojo, y
te miraré cruzando de nuevo
por los lugares de cada día,
un poco velado por las nubes
de mi ojo inerme. Pero mi ojo bueno
ya ve el mundo con claridad
de viejo niño, y los colores nuevamente
surgentes son la gloria de la materia
tanto tiempo ignorada por mí,
y también, por qué no, 

el amado naranjo en flor

XXVII

Alcémonos, tú y yo. La luz sin llegar
a muerte ilumina el rostro, un óvalo
aldeano que avanza hacia mí
como un sueño sobre el lecho todavía
flagrante. Tan dulce como crueles
las flores amanecen detrás de las ventanas,
espejos de nuestro amor. Las flores,
soberbias de lenguaje, como una herida fresca
apenas sufrida en la noche,
que se aleja de ti, de mí.

Fragmento de La casa encontrada.

La casa encontrada. Poesía reunida de Roberto Raschella. Editado por Fondo de Cultura Económica. 

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