miércoles, 16 de octubre de 2013

Poemas de Rafael Oteriño

NOSOTROS
En estos muros hubo nieve.
Estas guardaron los cuerpos más de un invierno.
Este techo era altísimo: tocaba el cielo.
Esta puerta se abrió a mi paso antes de que vinieras.
Esta casa fue nuestra casa.
Nada desconocido puede sucederme ahora.
Lo que me cuida, lo que me protege, pagado está.
Ninguna infancia es más numerosa que su recuerdo.
Incluso el presente podría haber sido adivinado.
Ayúdame a decir: no temo.
¿Adónde nos conocimos? ¿En qué levantada mano no
               estabas?
Nosotros marchábamos ligero, ligero;
las cosas iban quedando atrás despacio, despacio.
Debió hacerse noche para que nos viéramos:
ahora todo se ha vuelto casa, incluso el mar.
                                                                 A S.
(Del libro Lengua madre, 1995)

MARCHAMOS
Marchamos porque queremos el viento
de la mañana en los ojos.
Marchamos porque la negra noche
nos llama desde muy atrás,
y no queremos ir
y no queremos hundirnos
en su negra piel.
Marchamos por piedad,
por desobediencia marchamos.
Marcha el hijo, marcha la madre,
todos marchamos.
Y en la soledad de una piel
y otra piel,
un hilo de luz nos conduce más lejos,
una falla del planeta
en la que nos volvemos a mirar
sin reconocernos.
(Del libro La colina, 1992)

VISITANTE DE LA NOCHE
Toda la noche hemos estado velando,
los cerrojos están a punto de estallar
de tantas vueltas que hemos dado a las llaves;
la ropa fue recogida y guardada en los cajones
y nada ha quedado afuera, sólo una luz encendida
para aventar sospechas.
                                      Y ahora que amanece,
¿qué forma tendrá aquello que guardábamos?,
                                       ¿quién nos puede decir
que no estuvo la noche entera al pie de nuestro lecho?
(Del libro Rara materia, 1980)

ROBINSON
III
En todo momento he pensado en ti:
te he visto en sueños con la carpa blanca de los que
        se despiden,
te he cruzado de noche con la sonrisa de los
        desesperados:
los ojos muy abiertos como si todavía quedara
        alguna revelación.
Y he recordado de qué manera inventabas noticias
        del otro lado del mar;
cómo buscabas cada día el leve abrazo del amor:
cimas momentáneas, momentáneas auroras.
Sé que ahora mismo cruzas sobre las aguas
como el pastor en la planicie desnuda,
como el guardián con su hato de llaves,
como el que busca inútilmente la luna con un
        candil
Y sé que nada de eso encontrarás porque se ha
        Perdido,
porque tu lengua se ha vuelto demasiado extraña.
Y no sé si el tiempo o el espacio te lo devolverá.
(Del libro El invierno lúcido, 1987)

EL NADADOR
El ágil golpe de piernas, la zambullida, los brazos
girando acompasados mientras la orilla queda atrás,
demostrarían, a primera vista, felicidad,
triunfo sobre lo natural estable;
sólo que el cuerpo ignora setenta metros de oscuras
    aguas debajo
y peces que ríen del esfuerzo torpe, sin dirección,
y barcos que se bambolean repitiendo: “todo vuelve
   a sus legítimos dueños”
y líquenes ganados por una pereza fantasmal
y la estrella, por fin, en el lecho que tanto buscó,
mientras en la superficie el nadador nada, nada
(Del libro Rara materia, 1980)

ESA MAÑANA
Esa mañana, al despertar,
pensé en la semilla que se pierde,
en la que da frutos;
pensé en el revés de la hoja,
en la hoja entera que da su mirada al sol;
pensé en la rama que no alcanza
más allá de los techos
y no puede ver el mar;
pensé en la cola de pez que se agita en la arena,
en la pluma de pájaro que la desafía;
pensé en la cuerda que se estira
y en la cuerda que se corta;
en la lágrima que resiste
y en la que se derrumba y penetra en la tierra;
pensé en el jardín que se seca
y en el jardín que florece en el tiempo
y vuelve cada noche
a dibujar el mapa de nuestro valor;
pensé en un rey, en su reino;
en una puesta de sol, en el sol;
pensé en las piedras blancas que rodean mi casa.
Pensé y lloré.
(Del libro La colina, 1992)

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