miércoles, 23 de abril de 2014

Poemas de Santiago Sylvester


La muerte es provisoria…

La muerte es provisoria, pero la vida está definitivamente aquí,
aunque todo indique lo contrario:

en el gusto que el café deja en la boca,
en la brasa que se consume sobre el cenicero,
en el rugido de los automóviles, más allá de la ventana,
y también en la memoria que gira en sentido contrario a las agujas del reloj,
/contradice a las aves migratorias, sube escalera abajo/
y se salva de la destrucción.

Pero el misterio es éste: lo que se rompe tiende a recomponerse,
lo disperso a juntarse
y a unirse lo que nunca ha tenido relación.

No se trata ya de la unidad,
sino de quién pega los pedazos:
como está la cicatriz en el centro de la herida,
el remiendo en el secreto de la tela,
o el sentido de este café, que no está en ninguna mesa
/sino en el camarero que, al desplazarse, integra.

El misterio de la dispersión
consiste en que no hay dispersión:
cada uno, aún a su pesar, termina estando en su sitio.

(De Café Bretaña)



Mujer en la esquina

De lo que se trata es del intercambio: ella tiene hambre, yo
no tengo conocimiento; y si cada uno espera que caiga su ración del cielo, ya podemos despedirnos sin aliviar la carga.

Siempre ha habido estos pactos: ella, con un naipe distinto

en cada caso, yo eligiendo la carta para ver si acierto;
ella, yegua de Parménides llevándome camino arriba, yo
olfateando el rastro con precipitación;
y así, necesitados ambos de lo que el otro tiene y no guarda
para sí, buscamos lo excitable de la especie para alcanzar el peso, la saliva del otro, la célebre unión de las mitades.


Ella siempre con historias exitosas (todas tristes), y yo

atestiguando lo que he dicho:

que si espera en la calle
se debe al intercambio,
si entra en el bar y llama por teléfono,
si disloca hasta morir la mandíbula del alma
y se ríe cuando corresponde llorar
se debe al intercambio: esas partes separadas en
busca de lo mismo.



Y es todo lo que sé.

Pero ella sabe más:

sin salir de la esquina
conoce el mar por el tripulante a deshora,
el mercado por el olor de una manos,
la vaca por el carnicero;
y si no quiere ni oír
hablar del corazón, acostumbrada
como está a la charla,
es porque sabe que ahí cruje la madera.
El corazón es puro esteticismo. 

 (De Escenarios)



Dean Funes


Es bueno que una vez y otra
el día arañe de este lado: bueno
para empezar el día aquí, con los ojos abiertos,
con los ojos cerrados: en la doble tarea de recordar y olvidar,
de aprender y olvidar, de (jadeando
con la lengua afuera)
mirar intensamente todo
y retirar la mirada: cara y contracara
de una misma intensidad, de un
solo sobresalto
que soy yo.

Se dice, por ejemplo, aquí empezó todo, contando
con la aceptación de la memoria;
se dice fácilmente, como debe ser,
que aquí está la memoria
y la fascinación de recordar, aunque haya que irse para que la fascinación exista.

Donde estuvo la madre
queda la división de las aguas: donde
estuvo la madre
queda el balido con su pequeña condición:
donde estuvo la madre
queda fijo el encantamiento de decir aquí estuvo.

( De Calles)



Posiblemente el unicornio


Un unicornio mira desde tierra firme el Arca de Noé: lo

olvidaron al cerrar la compuerta.

Después vino la lluvia, y otra vez la lluvia. Peces,

pájaros y caimanes, más los zancudos que caminan sobre

el agua, tenían su habilidad

y no sufrieron sobresalto en la cuarentena más húmeda

que se recuerda;

el unicornio, sí.



Elefantes, caballos,

quirquinchos y corzuelas

estaban bajo techo en la chalana célebre

cuando se vino abajo el cielo inhóspito: cabras, gallinas

y tortugas (“ese

interesante animal que es a la vez

animal y domicilio”)

iban a salvo de cualquier diluvio;

el unicornio, no.



Por este olvido llegan de vez en cuando noticias de algo

que se perdió en un mapa antiguo, en algún

pergamino tapado varias veces por el polvo: señales

confusas que ya vienen de ninguna parte: restos flotantes

desde antes que el tiempo se volviera historia.



Y sólo queda el olvidado, el que no pudo ser,

el que dice cuando un artista atacado por el virus místico

lo rescata en un tapiz o en el cuadro de alguna sacristía:

“nací perdido y no quiero que me encuentren”; y mira

desde tierra firme.

(De La palabra y)



XVII


Hoy

un contagio de mirar

como hay otro

contagio es el de no estar en el lugar correcto,

contagio de la década pedida que se llama

fracaso.

Fracaso

que se esconde en cualquier parte

y desde allí avanza hasta ocupar la respiración.



Pero el fracaso es selectivo, elige

con cuidado cada uno

con su fracaso propio, como la muerte propia a la manera organizada

de Rilke, como el pan de cada día, la propia planificación o la

palabra propia.


O la propia versión del que, por ejemplo, dice:

…el largo filamento que dejaba un caracol en el patio: iba de hoja en hoja inspeccionando todo, lenta y concienzudamente, como si tuviera el deber de informar su paso por la tierra, con su enorme memoria de animal milenario. Inmóvil ante una hoja caída, bajo el toldo que paraba el sol del verano, y nada se movía en el patio, sólo que para mí la vida era un túnel por el que soplaba un viento feroz, un arrebato que me llevaba a la otra punta: yo era succionado por la gran ventilación y aparecía con el pelo revuelto y los ojos fuera de órbita en la otra punta del mundo y yo no estaba aquí sino allá, donde la vida no tenía la meditación ceremoniosa y sabia del caracol sino el oleaje del caballo en el momento de saltar. Yo era el caballo viviendo en el caracol.

(De El punto más lejano)

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